Coincidiendo con la publicación de nuestro último libro, el tratado hermético sobre el amor más destacado del siglo XVII, vamos a plantear una serie de sencillas entradas dedicadas a algunos de los motivos o sentencias planteados en los emblemas del volumen. Curiosamente, muchas de las máximas, reflexiones o tópicos sugeridos en el Amorum emblemata, protagonizaban –de forma simplificada– a menudo las postales que durante el siglo XIX, en plena época victoriana, hicieron de la festividad de san Valentín el día de los enamorados por antonomasia. La difusión masiva de las postales ilustradas alcanzó cifras impresionantes con el abaratamiento de los costes del papel y la aparición de nuevas y económicas técnicas de impresión. Por esta razón, se conservan muchísimas muestras de este particular boom, entre las que vamos a bucear a fin de establecer curiosas conexiones.

Hacia 1835, se calcula que fueran enviadas 60.000 postales de San Valentín en Gran Bretaña. Sin embargo, tan solo cinco años más tarde, tras la invención del penny black –el primer sello postal–, la cifra ascendió hasta 400.000. La expansión sucesiva, más allá del fenómeno de San Valentín, siguió siendo apabu­llante: en el año 1900 se emplearon en Gran Bretaña alrededor de quinientos millones de tarjetas postales; para 1909 la cifra se había disparado ya hasta los ochocientos. Esta auténtica fiebre postal, ligada a una verdadera industria vinculada con los incipientes há­bitos consumistas de la época, fue satirizada por los medios, los cuales aventuraban que en diez años, Europa yacería sepultada bajo tarjetas postales.

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El emblema número 77 plantea una situación recurrente, la del corazón como diana, mediante un lema en el que se lee “PECTUS MEUM AMORIS SCOPUS” [Mi pecho, diana de amor]. Y en el epigrama que le acompaña se dice:

Tire Amor cuanto quisiere
que en mí tiene a quien tirar

Puesto por blanco estoy de tus saetas
presas las manos y arrimado al muro,
Amor, tú que a ningún mortal respetas
fléchame, pues que estás de mí seguro.
Los influjos del cielo y sus planetas
me obligan a probar trance tan duro.
Dame Amor más heridas, haz tu oficio,
aunque me has dado más que el buitre a Ticio*.

[*Ticio es uno de los gigantes hijos de Gea que, debido a su lujuria desenfrenada, intentó violar a Leto. Los gritos de la joven alertaron a Apolo y Artemisia, que redujeron al gigante lanzándole flechas. Como castigo, Ticio fue arrojado al Tártaro, donde dos buitres roen su hígado, que se regenera sin cesar.]

Son varias las postales de finales del XIX y principios del XX en las que encontramos la iconografía del corazón convertido en diana, aunque no figura exactamente el enamorado y su pecho como blanco ideal de las saetas:

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