Compartimos a continuación un breve fragmento de la introducción al volumen “Simbolismo masónico. Historia, fuentes e iconografía” de José Julio García Arranz, en el que se explica la diversidad de enfoques y perspectivas analíticas empleadas históricamente en las aproximaciones al fascinante mundo de la simbología masónica, precisando cual es el marco utilizado en este meticuloso y profundo trabajo de investigación, único hasta la fecha en el panorama de habla hispana.
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A la notable variedad del repertorio simbólico masónico y a su diferente percepción por parte de los iniciados, debe añadirse un tercer factor: la diversidad de enfoques metodológicos empleados para aproximarse a su análisis y estudio. Tras tres siglos de existencia de la Orden, han surgido todo tipo de teorías interpretativas fundamentadas en planteamientos filosóficos e ideológicos a veces muy contrastados. Unos, desde un sentimiento marcadamente religioso, perciben los símbolos como un lenguaje sagrado, una revelación de lo divino. Por otra parte, desde un posicionamiento más racionalista, se entiende este simbolismo como una manera de aproximarse de manera reflexiva a lo real, a los conceptos lógicos y racionales, alzándose como antídoto frente a la mencionada visión más espiritualista y dogmática. Hay también lugar para una lectura psicoanalítica del aparato masónico: la logia, a través de los ritos, es el escenario de experiencias personales de elevada intensidad emocional, y la utilización de los símbolos concurre a la expansión y mejor desarrollo de la personalidad. Junto a varias aproximaciones de alcance más limitado6, o carentes del mínimo rigor metodológico o histórico7, podemos afirmar que el estudio del simbolismo masónico, que se viene operando en esencia desde el siglo XIX, ha respondido fundamentalmente a cuatro planteamientos o puntos de vista básicos:
1) Un enfoque moralizador, aparentemente predominante en el simbolismo masónico, ya se fundamente en una moral natural, en una mística determinada o en una ética tintada de racionalismo o ateísmo. La naturaleza misma de este corpus simbólico, que se manifiesta en esencia a través de un imaginario geométrico derivado de los útiles de la construcción, debe suscitar una reflexión sobre un modelo de comportamiento vital impregnado de rigor, probidad, honestidad, rectitud, justicia o templanza, entre otras cualidades similares. Este punto de vista del imaginario simbólico de la francmasonería traducido en verdades morales, que hace su aparición en el siglo XVIII, constituye un legado actualizado en cada época, de modo que los masones, o bien tienen en cuenta las interpretaciones moralizantes preexistentes, y las perpetúan, matizan o modifican en un proceso de adaptación a sus realidades, o bien las invisten de una significación absolutamente nueva. La mayor parte de las obras clásicas de simbología masónica tienen en consideración la tradición didáctico-moral anterior, de cariz eminentemente cristiano, si bien la enseñanza edificante dispensada por los símbolos de la Orden adapta el contenido más místico de las virtudes procedentes de otras religiones o sistemas filosóficos, hasta transformarlas en una serie de “cualidades” destinadas a la configuración ética de un buen ciudadano, respetuoso con los demás y con las leyes de su sociedad, y vinculadas a los valores típicamente masónicos de la ayuda mutua entre hermanos y el carácter filantrópico de la organización. Se puede definir entonces la masónica como una moral burguesa, o bien como una moral laica y progresista, según los puntos de vista y las prácticas. Pero no es, en cualquier caso, una moral religiosa, ni procede de una enseñanza trascendente en la que la conducta del adepto pueda verse condicionada o dirigida por los efectos de una fusión o comunión con una divinidad, aunque sea esta de índole racional.
2) Un enfoque religioso o espiritual, que se produce cuando las creencias o espiritualidades practicadas de manera personal por los masones influyen en su comprensión del simbolismo. Así, tales interpretaciones se encuentran vinculadas a las confesiones específicas de cada uno, o a aquellas prácticas espirituales más borrosamente definidas, tributarias de las grandes tradiciones religiosas; también podría incorporarse a esta categoría el deísmo, una suerte de religión “racional” fundada sobre la moral, nacida del ambiente ilustrado del siglo XVIII, y que tanto ha marcado al pensamiento francmasónico. Se inspira en la idea de que Dios se muestra en su Creación a través de los símbolos naturales, de modo que estos jeroglíficos vivientes suponen modos o vías de aproximación a Su presencia, simbolización que muy a menudo se encuentra revestida de una mezcla ecléctica e imprecisa de influjos cosmológicos, herméticos y cabalísticos. Pero tales interpretaciones no vehiculan nunca un mensaje doctrinal y evitan en todos los casos proponer los símbolos como expresión visible de una doctrina religiosa o de un credo: el aparato masónico es aquí pensado como lenguaje sagrado y trascendente, expresión de una trascendencia o deidad ordenadora de lo creado encarnada en la figura del Gran Arquitecto del Universo, de contornos no siempre bien definidos, que no puede encerrarse en el marco de una religión determinada.
3) Los enfoques esotéricos, que conforman, a primera vista, una confusa mezcolanza de nociones de orígenes dispares, de modo que sus interpretaciones se conjugan o se mezclan unas con otras, y se impone por tanto una tentativa de elucidación y sistematización. Los símbolos masónicos conforman para sus detentores un mesocosmos, un instrumento de mediación que permite alcanzar el conocimiento; sin embargo, la imaginación viene en demasiadas ocasiones al rescate de una lectura o comprensión excesivamente superficial de estos elementos. Se distinguen varios tipos de hermenéuticas con esta orientación, fundadas sobre los esoterismos particulares, y que pueden agruparse en cuatro grandes ámbitos que engloban sus principales orientaciones: el esoterismo egipcio, que gira en torno a los ritos herméticos de Isis y Osiris; el esoterismo antiguo –griego y romano– que concierne sobre todo a los cultos de los misterios; el esoterismo judaico, a través fundamentalmente de la cábala y el jasidismo –movimiento este último ortodoxo y místico integrado en el Judaísmo–; y, por último, el esoterismo cristiano, multiforme, que engloba a corrientes como los rosacruces o el iluminismo.
4) Mencionemos, en último lugar, ciertos enfoques psicologistas, coincidentes con el nacimiento del psicoanálisis y de la ciencia de la psicología, que observan la logia como lugar de ciertas experiencias: la iniciación constituye, desde este punto de vista, un psicodrama en el sentido extenso del término. En este contexto, los símbolos ofrecen un medio privilegiado, un auténtico resorte que posibilita el acceso a nuestro nivel inconsciente. No se trata tanto de conformar unos principios éticos como de ofrecer al neófito un método de realización personal plena, de un más completo conocimiento de sí mismo, de los otros y del mundo que le rodea.
Sin desechar las posibilidades que todas estas vías de aproximación a la imagen simbólica masónica nos ofrecen, el trabajo que aquí vamos a desarrollar se inserta de manera preferente en el marco de la disciplina específica conocida como masonología –del francés maçonnologie9–, en un intento de abordar de manera estructurada e integrada el inventario, análisis e interpretación de los principales contenidos, relaciones y formas –emblemas, ritos, mitos– que han implicado el fenómeno de la simbolización en la francmasonería desde las herramientas metodológicas que nos ofrecen las ciencias humanas. Con ello se trata de establecer un contrapunto, necesario en nuestra opinión, a una casi inabarcable literatura relativa a los símbolos masónicos que se basa exclusivamente, de manera acrítica, en interpretaciones personales, y en analogías o conexiones alambicadas poco rigurosas y contrastadas. Tales aproximaciones han dado lugar a ensayos de dudosa erudición, en los que se presta excesiva atención a los aspectos más espirituales de la dimensión iniciática, o a las principales corrientes esotéricas –o pseudoesotéricas– que se establecen tradicionalmente como supuesta fuente inspiradora o generadora de la historia, del imaginario o del ritual masónicos, aportaciones que hacen un flaco favor a la percepción que de sus prácticas se pueda tener desde los medios externos a la fraternidad. El estudio del simbolismo masónico debe hacerse desde el respeto a todos los puntos de vista y sensibilidades, pero también desde el rigor que la metodología académica nos ofrece con el fin de obtener una panorámica lo más integradora, desapasionada y lúcida posible de este fascinante fenómeno. Compartimos plenamente, por tanto, las observaciones de Douglas Knoop y Gwilym P. Jones incluidas en el prefacio de su libro The Genesis of Freemasonry10, donde se afirma que se ha de contemplar la historia de la masonería, no como un fenómeno marginal, sino como una rama de las ciencias sociales, como el estudio de una institución particular cuyas ideas subyacentes “han de ser investigadas y escritas de la misma manera que la historia de otras instituciones”.
Para conseguir este propósito hemos reunido, ordenado, sintetizado y glosado el importante caudal de información disponible a partir de los referentes bibliográficos que nos han resultado de mayor relevancia, procedentes esencialmente de los ámbitos francófono y anglosajón, con el fin de darlo a conocer al público de habla hispana. Ello ha supuesto una importante tarea de discriminación de materiales, y de selección de todo aquello que respondiera a unos mínimos estándares de calidad y rigor. Hemos recurrido con este fin tanto a manuales, enciclopedias o repertorios de símbolos masónicos, editados desde el siglo XIX hasta la actualidad, como a diversos ensayos sobre la historia, naturaleza y funciones de esta maquinaria simbólica, de donde hemos extraído los principales conceptos en cuyo entramado se sustentan los sucesivos bloques y apartados del presente libro. Es necesario reconocer, en este sentido, la evidente deuda adquirida con el profesor Luc Nefontaine, de la Universidad Libre de Bruselas, cuyas importantes aportaciones sobre esta temática nos han permitido dar forma y contenido a algunos de los apartados de esta monografía. También nos han resultado de gran utilidad las excelentes síntesis aportadas por Roger Dachez y Alain Bauer en algunas de sus publicaciones de carácter divulgativo. El resultado de este planteamiento metodológico es un texto, profusamente ilustrado, en el que hemos alternado el análisis y la reflexión con la catalogación e interpretación de los más importantes símbolos y conceptos del corpus generado por la fraternidad francmasónica en sus tres siglos de existencia.
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