Estatuas ante el futuro: Colston, Milligan y Jane Reid en el Reino Unido

por | Jul 17, 2020 | Cultura visual, Iconoclasia

Estamos siguiendo con interés las discusiones acerca de ciertas estatuas en distintas partes del globo. Los actos iconoclastas están de plena actualidad en este insólito 2020. Hace un par de semanas atendíamos a la polémica generada por la efigie de Theodore Roosevelt en Nueva York, con un artículo de Nicholas Mirzoeff. Hoy, os presentamos un texto de Virginia Lazaro Villa centrado en el caso londinense, y en las controvertidas estatuas de esclavistas que han acaparado todas las miradas. Material para seguir reflexionando sobre este tema tan complejo, repleto de aristas y que a nadie deja indiferente.

El domingo 7 de junio de 2020, manifestantes de #BlackLivesMatter derribaban una estatua de Edward Colston en Bristol. El 9 de junio se retiraba en Londres una estatua de Robert Milligan, en este caso ordenado por la autoridad local. Si hasta ahora no se había hecho, ¿por qué es ahora imprescindible arrancar a estas dos figuras de sus peanas?

En 1807, el Imperio Británico terminaba con el comercio de esclavos. Poco después, en 1833, era aprobada la Ley de Abolición de la Esclavitud. Para financiarla, el gobierno destinaba veinte millones de libras de entonces a compensar la perdida de “propiedades” de 46.000 propietarios de esclavos. Esta cantidad ascendía al cuarenta por ciento de los ingresos anuales del tesoro público británico, siendo uno de los préstamos más grandes de la historia. Nada fue destinado a compensar a las personas que habían sido esclavizadas. Aquel desembolso se terminaba de pagar en 2015. Esto implica que, hasta esa fecha, parte de los impuestos de los descendientes de quienes sobrevivieron a la esclavitud, se emplearon en seguir alimentando fortunas derivadas precisamente, de la esclavitud. Por lo tanto, hablar de abolición en Reino Unido implica considerar una maniobra económica.

Monumento a Robert Milligan en la entrada del Museo de Londres Docklands, en el momento de su retirada, junio 2020.

La estatua de Colston una vez derribada de su peana durante las protestas en Bristol, junio 2020 (fotografía compartida en el instagram de @xo_stnksnail).

 

En 2018 la agencia tributaria británica publicaba un polémico tuit, que borraba poco después. “Aquí está el sorprendente #FridayFact de hoy. Millones de vosotros ayudasteis a terminar con el tráfico de esclavos con vuestros impuestos”. Como las voces críticas dijeron en aquel momento, este tuit minimizaba la responsabilidad del gobierno británico de 1833, a la vez que mitificaba la actuación de aquel Parlamento. También evidenciaba que hace dos años, el Reino Unido no parecía interesado en tomar responsabilidades sobre las consecuencias de su propio pasado en el presente, ni en restaurar la violencia ejercida.

La historia de la esclavitud está ligada a la historia de los puertos mercantiles. Bristol fue una importante ciudad portuaria mercantil, y un centro de comercio colonial durante los siglos XV-XIX. Edward Colston (1636-1721), oriundo de Bristol, fue un comerciante que amasó su fortuna traficando con personas del África occidental hacia las Américas como parte de la trata transatlántica de esclavos. Robert Milligan (1746-1809) poseía dos plantaciones de azúcar y quinientas veintiseis personas esclavizadas en Jamaica. También era miembro activo de la Sociedad de Plantadores y Comerciantes de las Indias Occidentales (The West India Comittee), entonces un importante bastión de la oposición a la abolición de la esclavitud. Junto a esta sociedad, Milligan promovió el proyecto de ley parlamentaria que permitió la creación de los muelles de las Indias Occidentales, inaugurados en el Este de Londres en 1802. Con esta obra de ingeniería, se hacían con el monopolio de la importación de productos provenientes del continente americano durante un período de veintiún años.

La estatua de Colston data de 1895, es decir, de la época victoriana, momento cúspide del Imperio Británico. Ciento setenta y cuatro años después de su muerte, y con la Ley de Abolición de la Esclavitud aprobada hacía entonces sesenta y dos años, al Imperio le parecía necesario dignificar esta figura y conmemorar su labor filantrópica con una estatua que ha habitado las calles hasta 2020. Respectivamente, hasta el pasado 9 de junio, la estatua de Milligan se encontraba presidiendo la entrada al Museo de la Zona Portuaria (Museum of London Docklands), situado precisamente en el muelle de las Indias Occidentales, y destinado a explicar la historia del río Támesis, el crecimiento del Puerto de Londres y el vínculo histórico de los muelles con la trata de seres humanos en el Atlántico. Sin embargo, y a pesar de que ahora el museo ha declarado que esta estatua era fuente de incomodidad, ha hecho falta que un movimiento antirracista arranque estatuas para que la retiren.

Museo de los Muelles de Londres, alojado en uno de los dos almacenes que quedan en el muelle Norte (© Museum of London).

Muelle Norte de la Indias Occidentales en 1925 (© Museum of London).

Todo el Este de Londres era históricamente una zona de fábricas y de clases trabajadoras. Sin embargo, la zona donde estaban los muelles de las Indias Occidentales es ahora Canary Wharf, una extensión de la City (la ciudad financiera de Londres). Su proximidad geográfica hizo del actual Canary Wharf una localización perfecta como espacio secundario. Esta área, depauperada desde finales de la década de los sesenta, era vista en los años ochenta como indeseable. En 1981 se formaba The London Docklands Development Corporation (LDDC), cuya función era adaptar y revitalizar la zona al futuro postindustrial que estaba por venir. A pesar de las controversias en torno a la regeneración del área, en 1987 se firmaba la aprobación de su construcción. Ahora, igual que en el 1802, sigue siendo un centro mundial del comercio y del poder comercial global del Reino Unido. Es también un lugar donde se gestionan empresas sostenidas sobre formas de esclavitud contemporáneas (como ocurre, por ejemplo, con la extracción del coltán en el Congo para la fabricación de smartphones y portátiles). La zona está a su vez llena de viviendas de lujo. Como decía, la historia de los cuerpos sometidos está enredada con la del comercio, y ya no todo el mundo puede permitirse vivir en este barrio de Londres. Atendiendo a las complejidades del área, es innegable que si tal segregación está atravesada por cuestiones de clase, lo está también por cuestiones étnicas.

Canary Wharf visto desde el muelle Norte (© Museum of London).

Misma vista, año 1900 (© Museum of London).

Los recientes actos de iconoclasia en los Estados Unidos y en Europa responden a la demanda social de una conversación sobre el racismo estructural, y su relación con la historia de la esclavitud y de la colonización. Igual que ocurre con las fortunas, las injusticias se heredan. Estas estatuas deben caer, porque cumplen funciones simbólicas que alimentan jerarquías sociales. En el caso de Milligan y Colston, su mera presencia afirmaba que el control del poder comercial global corresponde al hombre blanco, y que todo lo que se encuentre fuera de tal categoría es de su propiedad. Si queremos que esto cambie, es imprescindible reconsiderar el rol en la historia de ciertos personajes, porque la manera en la que elegimos recordar el pasado es reflejo de como vemos el presente. Si para el Imperio Británico durante la época Victoriana era apropiado construir un relato de orgullo nacional alrededor de un traficante de personas, no debe serlo para la sociedad del presente. Como Dijo Sadiq Khan, alcalde de Londres, en relación a la retirada de la estatua de Milligan: “Esta estatua no fue construida para enseñarnos historia (…) Se exhibió públicamente para honrar y glorificar a un esclavista que no tiene relevancia en una sociedad civilizada del siglo XXI”.

Quitar determinadas estatuas es un comienzo, no un final. La tarea que ha de hacerse es más profunda, y hemos de aprender a encontrar placer y beneficio colectivo en cuestionar nuestra propia historia. Es momento de que tomemos conciencia sobre el pasado de crueldad de nuestros países, y sus efectos aún activos en el presente. Esta es una batalla por la memoria a través de los símbolos. Nuestra falta de conciencia sobre, por ejemplo, los monumentos mencionados, jamás justifica su permanencia. Solo evidencia nuestra necesidad por cuestionar y comprender nuestra historia, y la urgencia por tomar acciones respecto de lo que determinadas imágenes celebran. No hay en ellas memoria que mantener, sino memoria que construir, dando a determinados personajes el lugar que deben tener en un presente que busca una democracia radical.

El 15 de julio la peana donde se alzaba Colston era ocupada por una escultura de Jen Reid, una de las manifestantes que ayudaron a derribarla. Esta escultura, Surge of Power (Jen Reid) 2020, había sido realizada por Marc Quinn, e instalada sin consentimiento de las autoridades. Marc Quinn es parte aquel grupo de artistas británicos que, en los ochenta, se denominaron como Young British Artists. El hecho de que quien se encuentre tras la producción de la estatua sea un acaudalado hombre blanco es, sin duda, problemático. Al fin y al cabo, el objeto de la representación es una mujer racializada, producida por las manos de un creador blanco y todopoderoso. En esta estatua, la imagen (en tanto que espacio simbólico) que la pieza otorga a la mujer racializada como negra no es, en principio, una creada para ella desde la mirada occidental. Es una creada por ella misma y en Occidente (la estatua replica el gesto de Jane al subirse a la peana durante las protestas), sin embargo, es una vez más el hombre blanco quien la hace posible, ejerciendo su magnánimo poder. Viendo ambas imágenes juntas el ejercicio es claro, lo que cambia de la primera a la segunda es la presencia del hombre blanco.

Ha faltado el tiempo para que alguien con poder dentro del mundo del arte se haga con la peana. El mundo de arte también está gobernado por hombres blancos, así que no ha de sorprendernos que uno de ellos haya sido quien ha tomado la delantera. Quinn publicaba el día 15 un tuit con una imagen de la estatua y el siguiente texto: “Me gustaría primero agradecer a Jen el colaborar conmigo en A Surge of Power (Jen Reid) 2020 durante todas las partes del proceso para hacer esta nueva pieza de arte público temporal”. Aquí el lenguaje es importante. Para hacer esta estatua posible no ha habido una mutua colaboración entre él y Jen. Tampoco Quinn agradece que se le haya permitido colaborar con Jen o #BLM. Es Jen quien ha colaborado con Quinn, porque él es quien ocupa el centro del proyecto. Además, Quinn ha declarado que veía como un deber para los artistas blancos prominentes el amplificar otras voces. Hace bien en afirmar que tiene un espacio de privilegio como artista blanco cotizado, y yo añado, hombre. Sin embargo, Quinn no ha entendido, o no quiere entender, que lo que está en disputa es una redistribución de poder y de espacio, en busca de la igualdad. Su gesto, paternalista y condescendiente, implica que no está dispuesto a renunciar a ese espacio que posee. En un acto de cínica bondad, dice convertirse en canal para la comunicación entre la lucha de Jen y #BLM, con el resto del mundo, perpetuando así lo mismo que declaraban las estatuas de Colston y Milligan: que todo lo que quede fuera de la categoría de hombre blanco, está a la merced de éste y de los favores que desee conceder.

En esta segunda imagen, la voz de Jen existe, pero ahora alzada a través de la figura de Quinn. Desde luego, esta estatua es mejor que la anterior, pero eso no la hace más apropiada. Nadie necesita que el hombre blanco amplifique su voz. Lo que es necesario y se está reclamando, es que deje de estar constantemente presente y se aparte por fin, para que otras realidades puedan ser escuchadas por sí mismas. Hay que construir memoria, y para eso hay que ceder espacios por completo, no hacer favores. La pregunta es clara Quinn, ¿por qué no cediste el tuyo permitiendo, por ejemplo, que una persona racializada produjera la estatua? ¿por qué no has aprovechado precisamente este momento, para permanecer en silencio mientras otras personas toman la palabra o las peanas? También le ha faltado tiempo al ayuntamiento para retirarla. Parece que era imprescindible sumar esta estatua a las de Milligan y Colton, y arrancarla. Tan sólo 24 horas después, el ayuntamiento de Bristol la quitaba, declarando que “se guardará en nuestro museo para que el artista pueda recogerla o donarla a la colección”. Veremos qué futuro decide Quinn para ella. Quizás permita a Jen Reid colaborar en la decisión.

Jen Reid junto a la estatua Surge of Power (Jen Reid), 15 Julio, 2020 (© Graeme Robertson/The Guardian).

Todo esto ocurre en un país gobernado por Boris Johnson, quien afirma que quitar estatuas vinculadas con la esclavitud es “mentir sobre nuestra historia”. Cabe preguntarse si Johnson aplica esta afirmación a la estatua de Jen Reid. Las corrientes de opinión conservadoras y miopes respecto de la capacidad simbólica de las imágenes no son particulares de Johnson, Quinn o del Reino Unido, sino que están presentes en todo Occidente. Estas tres esculturas y sus devenires hacen evidente que es imprescindible tener un debate sobre las controversias que generan, y también, sobre qué monumentos queremos para el futuro. Por lo tanto, sobre cuál queremos que sea el reparto social de dicho futuro. Cuanto antes entendamos que, para hacerlo, es urgente reconsiderar los relatos de la historia y sus consecuencias activas en el presente, más posibilidades de prosperidad se plantean. Yo soy blanca y, por lo tanto, considero importante afirmar que respeto la agencia de Jen Reid y sus decisiones sobre cómo desarrollar su lucha. Pero precisamente como blanca, considero también fundamental cuestionar aquí las acciones de Marc Quinn.

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