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Películas tan diferentes como La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc; Carl Theodor Dreyer, 1928), Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut; Robert Bresson, 1956), La evasión (Le trou; Jacques Becker, 1960), La gran evasión (The Great Escape; John Sturges, 1963), Titicut Follies (Frederick Wiseman, 1967), Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz; Don Siegel, 1979) o Cadena perpetua (The Shawshank Redemption; Frank Darabont, 1994) tienen como mínimo algo en común: total o mayoritariamente se desarrollan en una cárcel. Son, directa u oblicuamente, relatos sobre la cárcel. ¿Las convierte, entonces, en obras conectadas por su pertenencia a un género, el género carcelario? ¿Sería este realmente un género, o más bien un subgénero, un ciclo, o incluso una serie de filmes engañosamente emparentados por una mera recurrencia argumental o escénica? ¿Es viable encontrar en los filmes ambientados en la prisión una serie de tipos, unos mecanismos narrativos habituales, unos recursos formales asiduos? E incluso, si aceptamos la existencia de unos denominadores comunes que aglutinan en un grupo específico a estas producciones, ¿cómo acotamos las coordenadas del mismo? Pues existen, desde luego, muchos tipos de presidios, desde la prisión común al campo de concentración, desde la celda religiosa a la prisión de máxima seguridad. O espacios afines al penitenciario, pero en los que las fronteras se hacen aún más difusas: el reformatorio, el internado, el manicomio… Aún más: ¿No es cualquier película que concede protagonismo a cualquier reducto cotidiano que deviene en una suerte de confinamiento o que se ocupa del sentimiento de encierro un título carcelario? Estos son algunos de los interrogantes que se plantea este libro, no tanto con la vana esperanza de contestarlos cuanto con el propósito de que sirvan de espita para la reflexión.
Lo cierto es que las películas ambientadas en prisiones han ido configurando un imaginario muy característico a lo largo de la historia del cine, hasta el punto de convertirse en una corriente en la que pueden detectarse una serie de avatares argumentales, estrategias narrativas y motivos audiovisuales propios. Lógicamente, sus obras más relevantes a menudo se han solapado con algunos de los géneros tradicionales, como el cine negro, la comedia, el cine bélico, el melodrama, la ciencia ficción, el cine erótico…, habiendo sido, por lo demás, una temática con significativa frecuencia adoptada por el cine documental, particularmente en numerosas producciones centradas en la pena de muerte.
El cine carcelario, en su modulación más típica, viene definido, ante todo, por sus coordenadas espaciales, por desarrollarse en un emplazamiento tan particular como es la prisión, con sus pabellones, celdas, comedores, patios, zonas de castigo, etc. Un microcosmos, naturalmente, que genera su propia tipología de personajes: el alcaide, el funcionario de prisiones, el nuevo recluso, el capo, el chivato… Y sus propios avatares: rutinas, fugas, motines, castigos, ejecuciones…
Los relatos desarrollados en espacios penitenciarios pueden ser un vehículo de extraordinaria fertilidad para expresar uno de los sentimientos predominantes del hombre moderno, el enclaustramiento, el sentimiento de claustrofobia, acompañados por los inevitables sueños (con frecuencia quiméricos, destinados al fracaso en cuanto abandonen su condición imaginativa) de desprenderse de ataduras espaciales y recuperar la ansiada libertad. Estos condicionantes del entorno, por los que los personajes se ven forzados a aguzar su instinto de supervivencia y a enfrentarse a un medio hostil y a situaciones límites, suelen tornarse también en viaje introspectivo en tanto acostumbran a llevar implícitos una honda evolución, una reconstrucción identitaria o un corolario redentor.
Asimismo, y de modo complementario a lo señalado, el conocimiento que los personajes de estas historias van recabando del emplazamiento penitenciario y las condiciones vitales a las que han sido sometidos, suele conducirles a una terrible constatación: la certeza de que la condena que han de afrontar lleva implícito un proceso de degradación moral debido a los muy cuestionables engranajes que subyacen al sistema en el que se encuentran, asentado en un lugar en el que todos los agentes que en él intervienen tienden a ser empujados a participar en un combate (a menudo violento y desgarrador) por detentar el poder y defenderlo con todos los medios que tienen a su alcance, ya sean alcaides, guardias o funcionarios de prisiones, sobre los reclusos (o a la inversa, por supuesto); o presos sobre sus propios iguales. En el fondo, la empatía que a menudo despiertan en el espectador el personaje del preso y sus tentativas de evasión (sean o no a través de cauces legales) se deriva de este convencimiento: de que, frente a la degradación y/o inseguridad que otea en el horizonte, y frente a un sistema con inquietantes fundamentos totalitarios, no cabe ninguna otra salida. Todo ello origina, metafóricamente hablando, un enfrentamiento, un pulso, entre individuo y sistema, a partir del cual la victoria del primero, a tenor de las tremendas desigualdades entre un contendiente y otro, siempre será pírrica si llegara a materializarse. Es por ello que, a causa de este desequilibrado choque de fuerzas, y a causa también del fracaso al que están muchas veces abocados los planes de fuga, este tipo de personajes, asiduamente, acaba revestido de un aura épica en tanto en cuanto sus actos de rebeldía generan un relato de incesante inconformismo, de incesante resistencia.
Consecuentemente, estas dramáticas trayectorias desembocan en otra inquietante conclusión: los espacios penitenciarios no constituyen sino la propia imagen, con particular desnudez en algunas ocasiones, con modos lindantes con la pesadilla, en otras, de la sociedad a la que pertenecen, donde todas sus contradicciones, tensiones y vicios se amalgaman aquí hiperbolizados. El espectador acaba progresivamente asumiendo (en algunos títulos con más rotundidad que en otros, como es obvio) que el “inframundo” de la prisión no es más que uno de los muchos productos averiados que se derivan de la misma lógica capitalista que regula las instituciones. El incremento de los correccionales privados en todo el mundo (con Estados Unidos a la cabeza) es, entonces, una tendencia absolutamente coherente dentro del contexto socioeconómico en el que nos hallamos, aunque numerosas organizaciones no dejen de denunciar sistemáticamente no solo su escasa rentabilidad e inoperancia para suministrar los servicios mínimos a los reclusos, sino también las miserables condiciones en que estos se encuentran. Por ello, en abundantes producciones carcelarias, ya pertenezcan al campo de la ficción o del documental, palpita una corrosiva crítica social, un auténtico dispositivo de denuncia.
Este libro afronta el cine de prisiones ofreciendo una serie de perspectivas complementarias, efectuando un recorrido que aspira a proporcionar una mirada panorámica, tanto en términos cronológicos como transversales: sus motivos audiovisuales y tipología de personajes más recurrentes; el análisis de las fugas y evasiones cinematográficas; qué causas políticas y sociales ha acogido; cómo ha abordado el polémico asunto de la pena de muerte; qué inflexiones se aprecian en la reconstrucción de los campos de concentración y de exterminio, y en la de los psiquiátricos, reformatorios, internados y otros espacios similares; qué mutaciones experimenta dentro de los lindes del cine distópico y de ciencia ficción; y, por último, cuáles son los trazos esenciales que han marcado su tratamiento por parte del cine documental.
A este ramillete de temas y aproximaciones sumamos como apéndice un capítulo dedicado al cine carcelario español y una selección de veinte secuencias o escenas que creemos pueden servir al lector para hacerse una idea de los momentos más representativos, o de algunos de los hitos, de una tipología de películas cuya longeva y fecunda tradición nos ha animado a adentrarnos en un territorio fílmico apenas explorado de forma global.
Pues lo cierto es que el cine carcelario, considerado como corpus más o menos cohesionado, apenas ha propiciado literatura cinematográfica en nuestro país. La única excepción parcial, al menos en formato de libro, es el volumen titulado, sin mayores rodeos, El cine carcelario[1]. Parcial, hemos dicho: se trata menos de un libro que analice el cine carcelario desde perspectivas atentas a los valores y rasgos cinematográficos como de perspectivas provenientes del ámbito del derecho o afines. No obstante, además de su carácter casi pionero, el libro encuentra sus principales valores en su dimensión informativa –aunque sea desde ese posicionamiento tangencial al cinematográfico que señalábamos– así como en alguna aportación también valiosa a la hora de reflexionar sobre esta corriente en términos cinematográficos –es justo destacar, en este sentido, el capítulo de uno de los coordinadores, Fernando Reviriego–.
Con el volumen que el lector tiene en sus manos, sin embargo, pretendemos acercarnos al cine carcelario atendiendo prioritariamente a sus valores estéticos, a sus principales rasgos cinematográficos, a la reflexión que pueden suscitar sus imágenes, a las estrategias de construcción de unos relatos ubicados en un espacio “sin relato”, diseñado con la pretensión de extirpar todo relato, anegado este en un magma de rutinas, inmóvil, suspendido en el tiempo. Narrar allí donde no debía haber narración alguna es el objetivo del cine carcelario; contribuir a desentrañar esas narraciones resistentes es el del presente libro.
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