Las muertes de Marat. Imágenes de un mártir (o enemigo) de la Revolución
Hay personas que son recordadas por las acciones que llevaron a cabo en vida, a veces encomiables y otras deplorables, pero existen casos en los que la muerte, por las peculiares circunstancias en las que acontece, pasa a eclipsar por completo su memoria y domina el modo en el que se transfiere al imaginario de una sociedad. El caso de Marat, como veremos, estaría muy cerca de este curioso grupo. Para que esto ocurra, la acción de los retratistas y, en general, de las imágenes, se convierte en un elemento clave y diferenciador. Tenemos retratos de Marat en vida, como por ejemplo el realizado por el camaleónico pintor de la realeza Joseph Boze, hoy conservado en el museo parisino Carnavalet.
1. Joseph Boze, Retrato de Marat, París, museo Carnavalet, 1793.
Sin embargo, si pensamos en una imagen característica del científico jacobino, no es precisamente el retrato de Boze el primero que nos viene a la cabeza. Quizá sea por mi formación en historia del arte, pero desde luego al evocar la figura de Marat, la primera imagen en la que pienso me traslada a la composición de Jacques-Louis David, con su cuerpo muerto en la bañera llenando de color la parte inferior del cuadro. Su muerte violenta, casi a la manera de un santo, lo convirtió al principio en una suerte de mártir de la Revolución y, desde entonces, tanto las circunstancias de su muerte como la poderosa estampa de David pasaron a modelar el recuerdo (casi cercano al culto) de una de sus figuras más carismáticas. Pero, como todo símbolo que se precie, su estampa y su memoria pasarían a convertirse, por ello mismo, en objeto de feroz disputa.
2. Jacques-Louis David, La muerte de Marat, Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, Bruselas, 1793.
La girondina Charlotte Corday, contraria a los postulados jacobinos de Marat, fue quien se encargó de poner fin a su agónica vida. Mujer cultivada y muy activa políticamente, consiguió urdir una eficaz trama para entrevistarse con Marat, quien por culpa de una grave enfermedad de la piel apenas podía salir de su bañera. En la tarde del 13 de julio de 1793, Corday logró acceder a su habitación y acuchillarle hasta la muerte. Esta poderosa escena, qué duda cabe, colmó la imaginación de los pintores que, atrapados por la imagen de esa inteligente y decidida mujer, evocaron los hechos aportando sus particulares perspectivas e inclinaciones.
3. Paul-Jacques-Aimé Baudry, La muerte de Marat, Musée des Beaux-Arts, Nantes, 1860.
Pero, como ya decía, el cuadro de David fue el que con mayor fortuna ha pasado a la historia. Sin embargo, en él no vemos representada a su asesina y, si no fuera por la sangre que emerge de una única cuchillada en el pecho, pensaríamos que, más que muerto, se había quedado traspuesto tras repasar la correspondencia. Sin embargo, la historia de este cuadro es más compleja y precisa de otras imágenes que nos ayuden a comprender el sentido de tan excesiva idealización.
Lo cierto es que David no solo hizo su famoso cuadro, también elaboró otra serie de bocetos, de los que se ha conservado alguno, que muestran una aproximación más realista a lo que debió ocurrir. La imagen de uno de estos bocetos muestra el rictus presente en las máscaras mortuorias que obtuvieron del propio cadáver tanto Claude Deseine como Marie Grosholtz (más conocida como Marie Tussaud), la artista que se haría mundialmente célebre con sus museos de cera. Según cuentan las crónicas de la época, Marie llegó al lugar del crimen cuando el cuerpo aún estaba caliente, por lo que pudo obtener un molde facial absolutamente fidedigno. Después, ella elaboró una composición en cera que se expuso con mucho éxito en el salon de su maestro Curtius. Es interesante ver cómo la obra se tuvo que adaptar a las circunstancias cambiantes de su tiempo, primero anunciada como mártir de la Revolución y, tiempo después, como máximo enemigo de ésta. Cuando Marie se trasladó a Londres, su Marat se expuso en la “cámara de los horrores” junto a las cabezas guillotinadas de Jacques-René Hébert, Jean-Baptiste Carrier y Maximilien Robespierre.
4. Jacques-Louis David, Marat muerto, postal del museo Carnavalet, parís, 1793.
5. Marie Tussaud, máscara mortuoria de Marat,Biblioteca Municipal de Lyon.
Retomo aquí lo que expuse con más detalle, en el libro Máscaras mortuorias, sobre la rivalidad que nació entre Jacques-Louis David y Marie Tussaud: “En la representación que realizara Marie, vemos a Marat muerto con el cuchillo aún clavado y con el gesto doliente que se puede ver en su máscara mortuoria. La obra de David, en cambio, como hemos dicho, muestra al revolucionario en una actitud diferente, a pesar de que el propio pintor contemplara en persona el cadáver, un día después y aparentemente en estado de putrefacción por el calor del mes de julio, y tomara de él unos apuntes rápidos. Sin embargo, y aunque las diferencias entre la representación de Marie y la obra de David son evidentes, ella siempre reivindicó que el pintor se había inspirado en su obra sin que éste jamás lo admitiera. En todo caso, las conexiones entre ambas representaciones son más cercanas de lo que se podría advertir en un principio debido a la amistad que unía a David con Curtius y a la admiración que el pintor francés profesaba hacia los trabajos del ceroplasta. De hecho, David siempre encontró muy útiles las obras de cera como modelos para sus creaciones y la puesta en escena de su cuadro recuerda inevitablemente a las creadas para las efigies de cera.”
Así, la muerte de Marat, se transformó a través de las imágenes en un mosaico de muertes en las que se apropiaban del cadáver del “ami du peuple” [el amigo del pueblo] con fines muy distintos. De la idealizada obra de David, modulada por su amistad con Marat y por el objetivo exaltatorio que buscaba, pasamos a una versión más cruda, veraz y, en cierto punto, morbosa, que salió de las hábiles y sutiles manos de Marie Tussaud. Un ejemplo perfecto para comprender el poder de las imágenes para desbordar los siempre imprecisos límites de la representación.
6. Efigie de Marat de cera y retrato de Charlotte Corday, tomados de The romance of Madame Tussaud’s.
Máscaras mortuorias
Desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días el rostro ha ocupado un lugar de privilegio en la cultura visual de la muerte. Su rápida degradación y la alteración de los rasgos que hacían identificable al individuo, motivó que se ensayaran diferentes soluciones para captar una memoria en imágenes del difunto. Los moldes obtenidos directamente del rostro pronto se convirtieron en el recurso por excelencia: el contacto del material blando con la piel proporcionaba unos resultados extraordinarios, inalcanzables con otras técnicas artísticas.
El estudio del rostro de los cadáveres supone lidiar con preguntas de difícil respuesta que sobrevuelan de forma insistente: ¿tienen los cadáveres rostro o es una cualidad exclusiva de los vivos? ¿Por qué hay culturas o momentos históricos en los que la efigie post mortem adquiere un valor que en otros contextos es desestimado? Veremos cómo la relación de las personas con la faz cadavérica varía de forma drástica a lo largo del tiempo: hay momentos en los que se subraya, otros en los que se oculta y tiempos en los que se maquilla, intentando conferirle una efímera vida cosmética. Este libro se propone reconstruir una historia del rostro ante la muerte, conscientes de que una historia de esta naturaleza es, inevitablemente, una historia de fantasmas, de sombras, de legajos inclasificables, de objetos que no encuentran un lugar ni un tiempo específico.