Recorrer las librerías de una ciudad media española, nos ayuda a dibujar un panorama bastante fiel de la situación en la que se encuentra la industria editorial y, lo que más nos interesa, el lugar que en todo ello ocupan las editoriales pequeñas. No es desde luego ningún secreto decir que las librerías buscan vender y por eso tienen en las zonas preferentes las montañas de títulos de novedades efímeras que van y vienen en función de las modas y demás cuestiones. Después están esos otros espacios, más o menos desubicados, más o menos desordenados, casi sombríos, en los que se apiñan libros que, para quien esto escribe, desde luego tienen mayor interés que aquellos que se agolpan en la entrada. Resulta divertido (por tomarlo con sentido del humor y no decir que resulta lamentable) ver los libros de antropología colocados junto a textos de ciencias ocultas, parapsicología y algún ejemplar suelto de historia de las religiones que no se sabe muy bien de dónde ha llegado. Tampoco saben los libreros (si es que aún queda alguno) muy bien qué hacer con los libros que trabajan, por ejemplo, aspectos teóricos de la imagen ¿En historia del arte? ¿En filosofía? ¿Este otro quizá en sociología? Evidentemente la situación en las librerías especializadas de grandes ciudades como Madrid o Barcelona no es tan grave y se encuentran honrosas excepciones de librerías que han hecho muy bien su trabajo.
Los lectores que estamos familiarizados con este desorden sabemos dónde hay que mirar y conocemos los pequeños “trucos” a emplear en cada librería, pero también empieza a cansar. Al final, uno acaba haciendo sus búsquedas en internet y asunto resuelto. Ahí lo encontramos todo. ¿Es esta la solución? En parte, evidentemente sí, pero por otro lado nos genera una cierta frustración a quienes nos gusta todo este mundo de los libros. La comodidad que ofrece internet es absoluta, así como las posibilidades que tiene, pero también nos ponemos en manos de monstruos de la venta como Amazon o Google, quienes no dudarán en llevar a cabo todas las estrategias que sean necesarias (como la reciente compra de Goodreads por parte de Amazon). Evidentemente, la parte que se llevan las pequeñas editoriales de todo ese pastel es ínfima, apenas una lasca de cacahuete.
Volviendo al caso de las pequeñas y medianas librerías (o grandes superficies de venta de libros no especializadas, es decir, la mayoría) pero desde la perspectiva de las editoriales menores (como lo es Sans Soleil Ediciones), la situación es igualmente preocupante. Las distribuidoras te miran con malos ojos, sabiendo que no les vas a resultar muy rentable, y nosotros les miramos con peores ojos aún cuando nos dicen los porcentajes que pretenden llevarse. Todo para que después nuestros libros queden en esos lugares tan poco accesibles de las librerías y, con mucha suerte, aguanten unas semanas en la mesa de novedades. Otra opción es hacer nuestra propia distribución y evitar así un intermediario, pero, ¿cuántas librerías se podrían cubrir de este modo? ¿Hasta cuándo aguantaríamos tanto trabajo con tan mínimos beneficios?
Visto el panorama muy a grandes rasgos, nos quedan dos opciones para lograr la supervivencia de proyectos como este (hablo de supervivencia, no de que sean rentables… eso, como dice el refranero, es harina de otro costal): o seguir con las reglas actuales y rezar porque se vayan vendiendo libros a cuentagotas, o tratar de inventar nuevas reglas, explorar nuevas vías.
Siguiendo la estela de algunas editoriales o proyectos culturales semejantes, desde Sans Soleil Ediciones decidimos poner en marcha un sistema de suscripción anual que permitiera a nuestros lectores elegir los libros dentro de nuestro catálogo con unas condiciones mejores que si la compra se realizara de modo convencional. Esto, por una parte, nos garantiza una mayor fidelidad y asegura unos ciertos ingresos, y además nuestros lectores se benefician de importantes ventajas. Este modelo se inspira en la idea de micromecenazgo (crowdfunding) que tanto éxito ha tenido en otros ámbitos como la música. Es decir, que unos cuantos aporten un poco para que proyectos en los que creen puedan continuar y obtengan a cambio algún beneficio de su interés. ¿Parece razonable no?
El problema es que una sola editorial tiene un catálogo limitado y no es fácil que la oferta año a año resulte atractiva para un mismo lector. Pero, ¿y si varias editoriales de similares características (en cuanto a planteamiento de principios) se unieran para ofrecer un catálogo conjunto bajo suscripción? No, no se trata de un spotify de los libros, esto es otra cosa. Se trata de unir catálogos con criterio, donde prime la calidad, nunca la cantidad, que sea homogéneo y se asegure que año a año habrá libros que merezca la pena ser editados y, por supuesto, leídos.
Lanzo al vuelo las preguntas, las dudas y ¿las invitaciones? Quizá en un futuro podamos dar forma a un proyecto estable que pueda asegurar la continuidad, desde posturas alternativas a la lógica del mercado dominante, a tantas editoriales cuya supervivencia, hoy por hoy, pende de un hilo.