Presentamos a continuación la primera traducción al castellano de un texto que ha gozado de una enorme relevancia y difusión a lo largo de los años; uno de esos estudios que, de forma pionera, abren nuevas vías y plantean novedosos interrogantes, generando un debate que perdura hasta nuestros días. Es, por tanto, una aportación historiográfica que viene a consolidar nuestra línea editorial de rescates de textos clásicos que pueden seguir siendo leídos con interés y atención crítica1.
Richard Krautheimer (1987-1994) es recordado como una de las voces más reputadas de la historia del arte del siglo XX, especialmente con relación al estudio del arte paleocristiano y bizantino. Además, entre 1937 y 1977, llevó a cabo el descomunal proyecto editorial Corpus Basilicarum Christianarum Urbis Romae: cinco tomos en los que se presenta un completo catálogo dedicado a todas las antiguas iglesias de Roma, desde el siglo IV al IX, una obra de ineludible consulta para todos los estudiosos de la arqueología, la historia del arte o la arquitectura romanas.
Sin embargo, a pesar de éste y otros extensos y valiosos estudios2, a Krautheimer también se le ha rememorado y discutido en infinidad de ocasiones aludiendo a este ensayo: Introducción a una iconografía de la arquitectura medieval, en el que, como ya se evidencia en el título, se sugieren las bases de algo que parece atisbarse como un nuevo campo de estudio. El artículo se publicó en el año 1942 en la revista del Warburg Institute londinense y, frente a una aproximación puramente formalista, bastante en boga en aquella época, Krautheimer propone una suerte de metodología capaz de determinar el potencial de significación de la arquitectura medieval, el modo en el que un medio no representativo como la arquitectura es capaz de comunicar más allá de la función, la construcción o el diseño, gracias a ciertas características “inmateriales” o a la referencia a otras estructuras y construcciones.
Así, este ensayo resulta especialmente sugerente por su capacidad para intuir el poder evocador de ciertos patrones arquitectónicos o el carácter conmemorativo de un sinfín de edificios a los que consideramos como “copias”. De este modo, en base a dos preguntas que podríamos resumir en ¿cuál es la relación existente entre estas copias y sus originales, si a nuestros ojos resultan tan asombrosamente diferentes al prototipo? y ¿por qué son redondos los baptisterios?, el autor se ve obligado a formular una interesante teoría acerca de la concepción medieval de la arquitectura. Manejando una gran cantidad de materiales, Krautheimer termina por perfilar la idea de un “pensamiento múltiple” medieval, un gran repertorio de connotaciones semi-perceptibles e interpretaciones diversas que, según su opinión, “vibraban” simultáneamente en las mentes de los individuos de aquella época. De esta forma, lo que podría parecernos una cierta indiferencia hacia la imitación precisa, termina quizás por convertirse en la captación y plasmación de una esencia.
Aunque su propuesta se ciñe a un marco concreto y a un estudio de caso bien particular, su contribución a una futura iconografía de la arquitectura medieval ha contado con innumerables ramificaciones por parte de estudiosos que, tomando alguna de sus ideas o sugerencias, han ampliado el alcance de las mismas. Así, resulta fascinante la importancia dada a las medidas en las copias arquitectónicas medievales y cómo una transferencia selectiva podía garantizar su poder conmemorativo, haciendo uso del pars pro toto; el valor otorgado a las funciones prácticas y litúrgicas de los edificios, o a la advocación escogida, al considerarla un estímulo suficiente para despertar todas las asociaciones religiosas relacionadas con el prototipo; e incluso investigadores actuales están tratando de expandir lo dicho por Krautheimer más allá de la Edad Media, indicando que esa aproximación a obras no regidas estrictamente por preocupaciones estructurales o formales, sino por un deseo de cumplir con un conjunto de principios básicos encarnados en unos pocos modelos, particularmente simbólicos y prestigiosos, podría contar con su aplicación también en el arte del Renacimiento3.
Con todo, nos hallamos ante un trabajo elevado a la categoría de clásico, uno de esos textos breves pero intensos, cargado de sugerentes ideas, convertido casi en lectura obligada para los investigadores o aficionados al arte medieval o a la historia de la arquitectura.
1. Encajarían en este perfil el libro de Ernst Gombrich, La evidencia de las imágenes (Vitoria-Gasteiz: Sans Soleil Ediciones, 2014) y el de Fritz Saxl y Erwin Panofsky, Mitología clásica en el arte medieval (Vitoria-Gasteiz: Sans Soleil Ediciones, 2016).
2. Entre los que cabría destacar Rome, Profile of a City, 312-1308 (Princeton: Princeton University Press: 1980) y Three Christian Capitals: Topography and Politics (Berkeley: University of California Press, 1983).
3. Partiendo de las ideas de Richard Krautheimer y en conexión con ciertas corrientes teóricas que sugieren la importancia del anacronismo en la Historia del Arte, Alexander Nagel y Christopher S. Wood han planteado recientemente un nuevo modelo de relación de los artefactos con el tiempo, en el que operaría un supuesto “principio de sustitución” según el cual los artefactos se alinean con una cadena diacrónica de replicaciones, sustituyendo a los que les precedieron. De esta manera, percibir un artefacto en términos sustitutivos es entenderlo como perteneciente a más de un momento histórico simultáneamente. Así, el anacronismo no es una aberración ni un mero dispositivo retórico, sino una condición estructural de los artefactos. Véase Alexander Nagel y Christoper S. Wood, “Interventions: Toward a New Model of Renaissance Anachronism”, Art Bulletin 87, 3 (2005), pp. 403–416.
***