Acaba de salir a la luz el nuevo libro de Birte Pedersen sobre sus investigaciones en el Arte funerario popular de Ecuador. A continuación os dejamos el prólogo que puede leerse en esta publicación:
No es ningún secreto decir que los cementerios son lugares poderosos, inquietantes, de ambientación tensa, a veces oscuros y otras veces curiosos y hasta divertidos; en definitiva, son lugares que conservan un halo mágico que perdura aún en estos tiempos en los que la muerte se ha convertido en un tema tabú que preferimos ignorar o, cuanto menos, no mirar de frente. Nuestra relación con la muerte varía entre culturas, regiones, religiones, estatus y toda una serie interminable de variables, pero en todos los casos resultan ser espejos fieles en los que aprender tanto las singularidades del lugar como la riqueza humana. Birte Pedersen nos cuenta precisamente su experiencia al hallar en los coloridos cementerios ecuatorianos lo que de ninguna manera encontraría en los fríos cementerios protestantes:
“Provengo del norte de Europa, del mundo luterano, donde las flores suelen ser el único elemento de color vivo en los cementerios de sobria belleza. A mi llegada a Ecuador hace más de 30 años, me sorprendió la gran actividad casi festiva durante el Día de Difuntos. No era el día gris y deprimente de invierno de mi infancia, sino un día multicolor de homenaje a la vida, celebrado por familias enteras bajo el sol equinoccial. Comencé a recorrer los cementerios también en otras épocas del año, sin presencia de las multitudes, descubrí el mundo del arte funerario popular y comencé a fotografiar.
Me impresionaron y conmovieron las obras de artistas anónimos, creadores de un arte que no busca réditos más allá de la satisfacción de haber dejado para propios y ajenos un monumento efímero en memoria de un ser querido. Una obra única, producto de una negociación familiar, fruto de un consenso, una obra totalmente ajena al mercado, libre en su expresión material y limitada únicamente por las dimensiones del nicho a cubrir.”
Los cementerios son puertas que nos conectan con una vida que se ha ido y que, sin embargo, perdura de algún modo en las flores, en las velas, en las lápidas, en las fotografías y en las cartas que escriben los nietos a sus difuntos abuelos, con el deseo inocente de que pueda leerla a pesar de no permanecer ya entre los vivos. Los cementerios nos demuestran que no se ha perdido esa esperanza de comunicación con quienes ya no nos acompañan. Cada individuo o familia busca sus fórmulas singulares para recordar a sus seres queridos y, sobre todo, busca hacer pervivir ese vínculo entre lo terrenal y lo… ¿divino?
Birte Pedersen indaga a través de sus fotografías precisamente en esa voluntad tan humana de mantener vivo el recuerdo de nuestros antepasados mediante una de las fórmulas creativas más antiguas que se conocen: la expresión artística. Si hay una forma de creación sincera, un arte directo y sin velos, este es sin duda el arte popular. No existen las normas, tampoco los límites, todo es posible si lo que está en juego es algo tan importante como recordar y honrar a un familiar o amigo muerto. Se desatan los impulsos más íntimos, reales y sobre todo netamente humanos. Si por algo se caracteriza el arte popular es por su humanidad, entendida en el sentido más pleno de la palabra.
En el fotoensayo vemos la respuesta de una sociedad, la ecuatoriana, ante la muerte y la relación que establecen sus gentes con los cementerios. Retratos, cartas, corazones, ángeles, oficios, y un sinfín de elementos se agolpan con su peculiar armonía creando un vistoso juego de colores que nos habla de una sociedad abierta, alegre, creativa y que no olvida a sus muertos.
Pero Birte busca ir más allá de una lectura agradable y cómoda de una expresión creativa que en un primer momento puede parecernos llamativa, y en muchos puntos divertida. La autora también nos enseña las dificultades sociales y trabas burocráticas que existen alrededor de estas “ciudades de los muertos”, las cuales pronto nos hacen comprender la pertinencia del título de este fotoensayo.
“Los cementerios, fiel reflejo de la sociedad en constante evolución, están experimentando cambios acelerados. Desde el nombre – camposanto o jardín de paz – pasando por portones con tablero eléctronico, indicando los nombres de los fallecidos del día, a la estandarización de nichos y lápidas, se presencia una pérdida de la espontaneidad y creatividad que caracteriza el arte funerario popular ecuatoriano. Pero hay también cambios a nivel de ciertas tumbas que me hacen pensar que la vida no se deja detener por la muerte (…). Con contratos de arrendamiento de nichos de por lo general cuatro años y una memoria revivida y acaso cuestionada en cada visita de la tumba, el arte funerario popular es la expresión de una eternidad efímera.”
Sans Soleil Ediciones, Barcelona, 2012.